Ellos lo pueden contar
Anoche, camino ya de casa tuve una agradable sorpresa. Me encontré con una amiga, con Marta (sé que el nombre nada os dice) Hacía varios años que no la veía, ha venido a su pueblo, nuestro pueblo a cuidar y estar con su padre mayor que está muy enfermo. Me dio mucha alegría poderla saludar de nuevo. Nos conocemos desde hace muchos años. Estaba acompañada por su marido, un almeriense simpático.
En mi época de currante en Bilbao, hace unos 15 años, un día, cuál no sería mi sorpresa, después de otros varios años sin vernos, nos encontramos. Estaba trabajando de peluquera justo enfrente de mi trabajo. Nos conocemos “desde siempre” como ocurre en la mayoría de los pueblos pequeños. Nunca tuvimos grandes amistades pero los dos sabíamos quienes éramos el uno y el otro y aunque había diferencia de edad (ella es más joven) nuca faltaba un saludo en nuestros encuentros casuales. El volvernos a ver aquel día nos resultó agradable y lo compartimos con una taza de café antes de empezar nuestros trabajos. Me contó que llevaba viviendo en Bilbao unos 10 años, que estaba casada y que tenía dos hijas, de unos 12 y 14 años; que a nuestro pueblo iba muy poco, tan solo a ver a su padre algún fin de semana. Normal que no nos hubiéramos vuelto a ver.
Volvimos a coincidir en varias ocasiones, hablábamos un poquito y si teníamos tiempos nos tomábamos un café. En otra ocasión, al final me confesó que su marido era Policía Nacional (ya me le había presentado para entonces tanto a él como a sus hijas, pero desconocía totalmente su profesión) Me dijo que estaba en la brigada que inspeccionaban los subsuelos de las ciudades, que llevaba unos tajes especiales y se metían por las alcantarillas a inspeccionar si en los trayectos sospechosos estaban limpios de alguna bomba. Nada agradable su trabajo pero como estaba mejor pagado aceptó el trabajo.
En siguientes encuentros, me fue contando más cosas. Otra, fue la angustia con la que siempre vivían. Sus vecinos de vivienda nunca debían saber que su marido era policía ni podía aparcar el coche enfrente de casa a fin de que no le pudieran ver que le inspeccionaba ni pudieran sospechar su profesión y así evitar el chivatazo. Todos lo guardaban con el mayor de los secretos intentando eludir que cualquier día pudiera volar por los aires. Nunca pregunté, ni ella me dijo, en qué calle vivía.; sólo supe el barrio.
Un domingo cualquiera que quisieran ir a la playa o darse un paseo en coche; su marido salía de casa, iba en busca del coche, le inspeccionaba por si notaba algo raro, luego arrancaba y se daba una vuelta por el barrio con la zozobra de que pudiera estallar. Cuando entendía que le tenía “limpio” volvía a casa y su familia, que le estaba esperando en el portal, se montaban en vehículo y se iban a pasar el día.
Así una semana tras otra, un mes tras otro, un año tras otro etc.… Vida de angustia de miedo ¿Su «delito»? ser una persona, un marido y un padre normal, pero Policía Nacional y eso para muchos monstruos es motivo suficiente para intentar matarle. ¡Serán miserables!
Ahora viven tranquilos, me contaron anoche, el marido se jubiló y se fueron a vivir a su tierra de Almería, donde ya vivía una hija. Ella, Marta, encontró trabajo de peluquera. La hija pequeña se ha casado y ya es abuela y me dijo que viven relativamente cerca los unos de los otros. ¡Por fin!, les sonríe un poco la vida, pero…la de muchos compañeros del marido quedaron rotas para siempre en el camino.
Muchas veces cuando veo a policías nacionales no puedo por menos que acordarme de Marta y su familia. Al menos, ellos lo pueden contar.
Volvimos a coincidir en varias ocasiones, hablábamos un poquito y si teníamos tiempos nos tomábamos un café. En otra ocasión, al final me confesó que su marido era Policía Nacional (ya me le había presentado para entonces tanto a él como a sus hijas, pero desconocía totalmente su profesión) Me dijo que estaba en la brigada que inspeccionaban los subsuelos de las ciudades, que llevaba unos tajes especiales y se metían por las alcantarillas a inspeccionar si en los trayectos sospechosos estaban limpios de alguna bomba. Nada agradable su trabajo pero como estaba mejor pagado aceptó el trabajo.
En siguientes encuentros, me fue contando más cosas. Otra, fue la angustia con la que siempre vivían. Sus vecinos de vivienda nunca debían saber que su marido era policía ni podía aparcar el coche enfrente de casa a fin de que no le pudieran ver que le inspeccionaba ni pudieran sospechar su profesión y así evitar el chivatazo. Todos lo guardaban con el mayor de los secretos intentando eludir que cualquier día pudiera volar por los aires. Nunca pregunté, ni ella me dijo, en qué calle vivía.; sólo supe el barrio.
Un domingo cualquiera que quisieran ir a la playa o darse un paseo en coche; su marido salía de casa, iba en busca del coche, le inspeccionaba por si notaba algo raro, luego arrancaba y se daba una vuelta por el barrio con la zozobra de que pudiera estallar. Cuando entendía que le tenía “limpio” volvía a casa y su familia, que le estaba esperando en el portal, se montaban en vehículo y se iban a pasar el día.
Así una semana tras otra, un mes tras otro, un año tras otro etc.… Vida de angustia de miedo ¿Su «delito»? ser una persona, un marido y un padre normal, pero Policía Nacional y eso para muchos monstruos es motivo suficiente para intentar matarle. ¡Serán miserables!
Ahora viven tranquilos, me contaron anoche, el marido se jubiló y se fueron a vivir a su tierra de Almería, donde ya vivía una hija. Ella, Marta, encontró trabajo de peluquera. La hija pequeña se ha casado y ya es abuela y me dijo que viven relativamente cerca los unos de los otros. ¡Por fin!, les sonríe un poco la vida, pero…la de muchos compañeros del marido quedaron rotas para siempre en el camino.
Muchas veces cuando veo a policías nacionales no puedo por menos que acordarme de Marta y su familia. Al menos, ellos lo pueden contar.
2 comentarios:
Desde luego que vivir así es no vivir. No hay dinero en el mundo que pueda pagar esa angustia, ese miedo.
Lo entiendo y me solidarizo con todas esas familias que pasan por lo mismo.
Gracias por recordarnos la situación de estas familias.
Un saludo.
Gracias Elena por tu visita.
Y encima, por un sueldo miserable. Es lo que ganan los Policías Nacionales y Guardia Civil. No sé como no se les cae la cara de vergüenza a tanto político vividor que hay suelto.
Un día, sería interesante comparar los sueldos de guardias civiles policías nacionales, con los de las de las comunidades vasca y catalana. A pesar de haber demostrado su ineficacia, cobran mucho más dinero que los esforzados, sobre todo guardias civiles.
El colmo, Elena, es la desvergüenza del Gobierno Vasco y Central, (con el visto bueno de toda la sociedad vasca, que en esto se parecen a los políticos a la hora de aumentarse el sueldo) Ahora han cerrado o están a punto de hacerlo, un pacto para que los "ertzianas" se puedan jubilar antes que los policías nacionales s y guardias civiles. Pero los sueldos que van a percibir SIN TRABAJAR hasta la "edad oficial" jubilación, se la vamos a pagar TODOS los españoles, pues es materia a negociar en el gracioso "CUPO" Vasco. Resumiendo: Mucho mejor sueldo, mucha más ineficacia policial a pesar de mejores medios materiales y encima se jubilarán antes, pero eso sí, pagando esos salarios puente, el andaluz de turno junto con el murciano, gallego, castellano, canario etc. etc. Total que como siempre, unos viviendo mejor que otros a costa precisamente de "esos otros". Es indignante, sangrante y súper caro que sigan los privilegios vascos y navarros y ahora encima, por la gracia de ZP, se suman de alguna medida a esos chollos, los catalanes. De nuevo, las dos Españas, pero esta vez, no las de Machado.
Un abrazo.
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